Bakú, Azerbaiyán.- La República Dominicana y la Cooperación Internacional de España priorizarán, a partir del año 2025, la inversión en proyectos que fortalezcan la resiliencia de...
Año 2006. Un joven Ime Udoka lava las medias y las remeras de un grupo de jóvenes de I-5 Elite en la Amateur Athletic Union (AAU). Mientras la lavadora gira, Udoka piensa acerca del partido que su equipo, los Portland Trail Blazers, acaban de ganar en la NBA. Y le resta importancia.
Porque Udoka juega en el mejor básquetbol del mundo y al mismo tiempo es entrenador de un grupo de chicos en su tiempo libre. Jayson Tatum, mientras esto ocurre, asiste a la escuela primaria en Misuri y Al Horford transita los bellos años universitarios en Florida.
Ninguno de los tres sabe que sus caminos se cruzarán años más tarde en su ruta común hacia El Dorado.
«El talento no es tan importante como el esfuerzo», dice Udoka ahora sus jóvenes dirigidos en AAU. Y él lo sabe muy bien. Descendiente de nigerianos, Ime creció en Portland State como prospecto y conoció la cara más difícil del deporte: dos lesiones de rodilla, la primera antes del Draft, que lo marginaron de sus primeros años de competencia.
Cumple sus sueños quien resiste, y de eso Udoka sabe mucho. Antes de alcanzar contratos temporarios como jugador, supo cargar camiones de FedEx como empleado. Largas caminatas con el sol como única compañía. Las horas en la madrugada a la espera de una oportunidad que no parecía llegar nunca. Sin embargo, el básquetbol siempre estuvo a su lado para acompañarlo y susurrarle al oído que el mérito se encuentra en el sacrificio. Que bien vale la pena transitar el camino más largo porque es ahí, en el sudor del recorrido, donde el premio se abraza a quien no abandona.
Udoka, entonces, recibe una oportunidad breve en Los Angeles Lakers. Pasa luego por la Gran Manzana de New York, y es primero en Portland, y luego en San Antonio en profundidad, donde logra alcanzar sus primeras metas. Dentro de la cancha, un jugador promedio. Fuera de ella, un cerebro ejecutor de disciplina estricta y mandamientos grabados a fuego.
Mientras transita por las arenas más importantes de la NBA, baja al plano para dirigir a I-5 Elite. Lo hace de 2006 a 2009 y en el proceso no solo forma jugadores, sino que establece conductas. Patrones a continuar, puntos que se unen para completar un dibujo que sólo él tiene en mente antes de empezar. Obsesivo in extremis, Udoka desafía el orden establecido.
Y es que el básquetbol en AAU siempre se caracterizó por lúdico, flexible y poco ordenado. Casi una demostración de talento tras otra sin demasiadas reglas para seguir. Sin embargo, para Udoka la situación será diferente. «Íbamos a enseñarles a jugar. Estructura, disciplina, defensa: esas fueron todas las cosas que enfaticé. Y así era yo como jugador», recuerda en un artículo publicado por Scott Cacciola para The New York Times.
La génesis del éxito de Udoka es el trabajo edificado a la sombra. Quizás haya sido lo que aprendió de la mano de Gregg Popovich, en su primera experiencia en los Spurs como asistente. El significado exacto de la cultura del hombre y la roca, frase que descansa en los pasillos del AT&T Center y en el vestuario del equipo monocromático: «Cuando nada parece ayudar, voy a ver al cantero y la miro martillar su roca, tal vez unas cien veces sin que ni siquiera se note una grieta en ella. Sin embargo, al centésimo primer martilleo, ésta se partirá en dos y sé que no será debido al último golpe, sino a todos los que vinieron antes». – Jacob Riis.