Pocas veces las pugnas políticas suceden en China a cara descubierta. Pero este sábado, el XX Congreso del Partido Comunista —el que estaba destinado a elevar al actual líder, Xi Jinping, a unas cotas de poder solo alcanzadas en la República Popular por Mao Zedong— ha arrancado con una imagen insólita cargada de simbolismo sobre el final de una época y el principio de otra. El expresidente Hu Jintao, de 79 años, que comandó el país en la década previa a Xi, cercano al saliente primer ministro, Li Keqiang, ha sido visiblemente forzado a abandonar el escenario, a pesar de oponer resistencia.
El forcejeo ha ocurrido justo antes de las votaciones del partido, ante la atónita mirada de la prensa. Hu, sentado a la izquierda del actual líder, ha sido invitado a dejar la escena. Al resistirse, dos funcionarios lo han forzado a levantarse. Ha amagado con volver a sentarse, ha cruzado una tensa mirada con Xi, y ha sido finalmente guiado fuera de la sala. En un principio, no se ha dado ninguna explicación sobre su mutis, y una de las hipótesis podría ser su estado de salud, dada su avanzada edad. Pero inmediatamente después del incidente, cualquier consulta digital relacionada con el incidente no arrojaba ningún resultado en los motores de búsqueda de China, donde internet es habitualmente censurada.
Casi 12 horas después, la agencia oficial Xinhua ha asegurado en Twitter que, según ha podido saber uno de sus reporteros, la ausencia se ha debido a una indisposición. “Cuando no se ha sentido bien durante la sesión, su personal, por su salud, le ha acompañado a una habitación próxima al lugar de la reunión para que descansara. Ahora se encuentra mucho mejor”.
Su silla vacía junto al actual mandatario, un hueco a lo largo de toda la ceremonia, es un resumen de las últimas dos décadas del país: un crecimiento explosivo unido a la apertura al mundo de la primera época, el giro hacia la concentración de poder en una sola persona y la creciente presencia del partido en todos los ámbitos de la vida en la segunda. En su discurso inaugural, la semana pasada, Xi cargó contra la laxitud de la década de Hu, en la que “con demasiada frecuencia […] se ignoraban las leyes” y había “patrones de pensamiento erróneos, como el culto al dinero, el hedonismo, el egocentrismo y el nihilismo”. Él, vino a decir, ha puesto solución a estos problemas.
Una de las reformas de este Congreso se centra en la relectura de la época de Hu, cuyos críticos suelen denominar la “década perdida”. El partido ha acordado incluir preceptos que garanticen “que los funcionarios no tengan la audacia, la oportunidad o el deseo de volverse corruptos”. Desde 2012, cuando Xi desembarcó al frente del poder, las autoridades han desplegado una campaña anticorrupción sin precedentes; según diversos analistas, estas purgas también han supuesto la práctica eliminación de facciones rivales, lo que ha ayudado a Xi a embridar su liderazgo y pavimentar el camino hacia un tercer mandato. En la última década, se han investigado más de 4,6 millones de casos de corrupción de funcionarios, según desveló esta semana Xiao Pei, vicesecretario de la temida Comisión Central de Disciplina. Entre ellos, hay 553 cargos de rango viceministerial o superior.
Un buen número de dirigentes de la época Hu han sido sentenciados. Entre ellos destaca el todopoderoso exministro de Seguridad Pública Zhou Yongkang, condenado en 2015 a cadena perpetua por aceptar sobornos, abusar de su poder y filtrar intencionadamente secretos de Estado, convirtiéndose en el cargo de mayor nivel juzgado en el gigante asiático en décadas. Había servido hasta 2012 a las órdenes del expresidente Hu, pero abandonó el puesto en el Comité Permanente con la llegada de Xi; también había estrechado lazos con otra de las estrellas en ascenso del partido que podrían haber hecho sombra, en su momento, al actual líder: Bo Xilai, también sentenciado a cadena perpetua en 2013.